Hay una cierta creencia en la clase política, o al menos lo parece, que con la declaración de Bien de Interés Cultural de un monumento, cumple con su obligación constitucional y legal de custodiar y salvaguardar el Patrimonio Histórico. Esta suposición, socialmente aceptada cuando éramos bastante más incultos que ahora, valía a los responsables políticos del Patrimonio Cultural para convencer a la ciudadanía que habían hecho “lo más” por el monumento en cuestión. Los españoles, faltos de conocimientos y de interés, caíamos en el señuelo. ¡Ah, ya es BIC! y nos quedábamos muy satisfechos convencidos de que que el monumento se había salvado. Nada más inexacto. El monumento amparado por la ley seguía sin remedio su inexorable camino de abandono y ruina, si esa era su situación. Por fortuna, la ciudadanía, que accede con rapidez a niveles superiores de cultura y de sensibilidad hacia el Patrimonio, descubre hoy que la protección legal de nuestros monumentos es sólo un primer paso que no garantiza su conservación y cuidados. La gran paradoja es que esa “protección” legal, por sí misma, solo alcanza a librar a los momentos de hipotéticas piquetas humanas y poco más, mientras que ignora la acción demoledora de la “piqueta del tiempo” sobre aquellos que están en proceso de ruina y, por tanto, no evita su pérdida. Cierto es que esta obligación existe para los poderes públicos pero desligada de la protección legal y reiteradamente incumplida. Cada dos por tres, vemos históricos edificios declarados BIC que se hunden para siempre, sobre cuya desgracia mantienen un silencio sepulcral las autoridades culturales. Como decía Miguel Fisac refiriéndose a la arquitectura popular: “Existe la convicción de que lo que se está cayendo, bien caído está”. Por estas razones, la declaración BIC tendría mucha mayor eficacia si implicara de forma explícita la obligación de restaurar o consolidar. Es una verdadera tristeza ver como perdemos día a día nuestro valioso legado histórico que, en buena parte, no llegará a nuestros nietos. Sólo un firme movimiento social podría evitar esta sangría que nos empobrece a todos. Un clamor firme que obligue a la Administración y a la clase política a añadir a la actual “protección” legal una auténtica protección real. Los responsables públicos no tendrán más remedio que oír esa voz y obedecer a quienes ostentan la soberanía. Hasta que llegue ese deseado momento, además de las declaraciones BIC, debieran cumplir las obligaciones de conservación del Patrimonio que ya les impone la ley, por mucho que les cueste. Nuestra obligación de ciudadanos es exigir ese cumplimiento. Bueno sería también que abandonen la arcaica actitud del “perro del hortelano” permitiendo una mayor implicación de la sociedad civil en la tarea de preservación de nuestro valioso Patrimonio Histórico común.
Hoy hablamos de uno de estos lamentables casos a punto de hundimiento definitivo. Es la Venta de Borondo, declarada Bien de Interés Cultural, en la categoría de Monumento, con fecha 13 de abril de 2007. Considerada como “un icono de la arquitectura popular manchega”, la Venta está situada junto al camino Real de Alicante a Ciudad Real, en el término de Daimiel. Cuenta con historia documentada desde época romana hasta mediados del siglo XX, con especial importancia en los siglos XV y XVI. Es una de las últimas ventas manchegas que aún se mantiene en pie y conserva de manera inigualable las singularidades de dichas edificaciones que sirvieron de inspiración a Miguel de Cervantes en El Quijote.
El sistema constructivo es el propio de la arquitectura popular manchega: tapial, madera, teja curva árabe y encalado de cal. La venta presenta una estructura claramente definida: portada monumental, zaguán, patio con pozo y otro patio al fondo para las caballerizas, que fueron añadidas al edificio original en los siglos XVII y XVIII. Se accede al interior desde una puerta en el alzado este, de un valioso contenido artístico poco habitual en este tipo de edificios. La portada esta compuesta y flanqueda por un pórtico de sillería decorado con basas, medias columnas, capiteles, friso y escudo de armas en el centro del dintel.
La Venta es de propiedad privada que la tiene en completo abandono. Lo más triste es que hace pocos años se encontraba en un estado razonable. Aquellas pequeñas patologías de entonces se han convertido hoy en gravísimas lesiones. Ahora, parte de sus dependencias están hundidas, la torre en trance de desplome y gran parte de sus valiosos elementos decorativos, expoliados (columna derecha de su portada principal, basas, pilas, monolito de término, etc.). La Consejería de Educación, Cultura y Deportes de Castilla-La Mancha, en una evidente dejación de funciones, no aplica la normativa, en especial el art. 23 (Deber de conservación), de su propia Ley de Patrimonio Cultural. Muy pronto, la Venta de Borondo no será más que un montón de escombros. Cuando ocurra, habremos perdido un valioso edificio histórico y nadie se hará responsable, como viene siendo habitual. Para Don Quijote estas ventas eran castillos evocadores de episodios y aventuras. Para nosotros, nada más que unas maltrechas ruinas a punto de desaparecer ante la total indiferencia de quienes están obligados a impedirlo. Cervantes, que elevó las ventas manchegas a la memoria colectiva de la literatura universal, se revolverá en su tumba, pues la pérdida de las ventas privará a su obra maestra de parte de su soporte geográfico real. Nosotros, los vivos, estamos obligados a salvar de la definitiva desaparición las pocas que aún quedan. Don Miguel y el ingenioso hidalgo bien lo merecen. C. M.